14 feb 2008

En una tarde como cualquier otra

Era una tarde como cualquier otra, había tomado el bus de regreso a casa, como siempre llevaba un libro entre las manos y un montón de incoherencias en la cabeza, la monótona rutina de siempre. Sabía exactamente cuanto tiempo demoraría en atravezar la ciudad, muy pocas veces desviaba el camino por otros asuntos así que ya conocía de memoria la ruta, en el asiento de junto un hombre maduro con un insoportable olor a cigarrillo en su piel y su ropa producía una sensación de asco bastante tolerable mientras que la banda sonora del medio transporte regalaba los mejores compaces tecnocumbieros del momento. Fue un alivio oír aquel "perdón, perdón" del compañero de asiento que estaba próximo a su parada y al levantarse se llevaba junto con su periódico de la tarde y aquella funda de víveres su intenso olor a cigarrillo. En el lugar que aquel hombre se bajó subió ella. Vestía una blusa oscura, llevaba falda café ceñida, calzaba botas y el abrigo largo que usaba le daba un aire misterioso. No tuvo mas opción que sentarse en el lugar que segundos antes había dejado libre aquel hombre. "Con permiso" dijo, se sentó y perdió su mirada a través del vidrio. Usaba un perfume delicioso, de esos que se persigue con la mirada luego de percibirlo, de esos cuyo aroma se puede recordar para siempre y que son como una pócima que aturde los sentidos. Se veía triste, sus labios, sus deliciosos, inolvidables y delicados labios temblaban y de cuando en cuando se apretaban fuertes entre sí, como queriendo contener un sollozo. Era imposible ignorarla, menos aún cuando pasaba la mano por encima de la oreja arreglandose su fino cabello castaño que combinaba tan bien con el tono de su falda. Una hoja, de esas en blanco que quedan al final de los libros fue arrancada y con brillante y pronta destreza doblada, arrugada, estirada y moldeada ante la mirada curiosa de aquella enigmática dama que había subido algunas calles atrás para finalmente convertirse en una preciosa flor de papel que en el acto fue entregada con el gesto mas noble, sencillo y honesto jamás antes visto. Aceptó con algo de timidez aquel pequeño e insignificante detalle, su cara enrojeció y luego de decir "gracias" no supo que mas hacer, ante las preguntas formuladas dijo su nombre, el lugar donde vivía, la carrera que estudiaba y el trabajo que tenía, replicó recavando la misma información y no dudó un segundo en decir "si" ante la inesperada invitación a tomar un café. El gesto de caballerosidad al sostener su mano al bajar del bus fue mágico, aún hoy la tersura de su mano y de toda su piel ha sido irrepetible. Los deliciosos besos y las caricias sin pudor que vinieron luego y fueron el preámbulo de un momento puro, intenso y maravillosos aún se recuerdan como si ayer hubieran ocurrido, como si ayer hubiera sido aquella tarde como cualquier otra.

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