La otra noche hablando huevadas varias con un grupito de panas salió a flote el tema de los fantasmas y las experiencias paranormales que algunos habían tenido. Así cada cual evocó momentos de mucha tensión que habían experimentado alguna o varias veces durante su miserable existencia, yo como siempre con mis desigualdades les dije que valen verga porque los fantasmas no existen y que veía algo de exageración y fantasía en los relatos que a su momento cada uno de los allí presentes había narrado... para variar me tacharon (una vez mas) de anormal y antipático.
Mientras seguíamos en esta amena charla de espectros y aparecidos recordé de pronto la única vez en que tuve una “experiencia” que podría enmarcarse dentro del tópico que se discutía. La verdad que soy escéptico en cuanto a cosas sobrenaturales, confío mas en la ciencia y el sentido común, pero lo que les voy a narrar a continuación, que no es la gran cosa, es algo que aún hoy me produce una extraña sensación cuando lo recuerdo, en fin ahí les va:
Mas o menos hace unos diez años, luego de una farra majestuosa de las que acostumbraba darme en esos tiempos, regresaba a casa en un taxi con mi pana el Gato quien luego de poner su parte para pagar la carrera se quedó en el sector de la Universidad Central donde vivía en esos tiempos, yo seguí de largo hasta mi humilde guarida en el barrio mas aniñado del mundo: San Juan 90210
El taxista, novato en su trabajo, negligentemente equivocó la dirección y me dejó en un calle paralela a la que me tenía que dejar una cuadra abajo de la casa, tuve que caminar unos pocos metros hasta la esquina y doblar para caminar la cuadra que me tocaba para llegar a mi cuchitril, como era de madrugada caminé por mitad de la calle hasta situarme por completo en la intersección donde debía virar para subir a casa.
En eso me dieron ganas de fumar, saqué una cajetilla de Marlboro Rojo de la chaqueta y antes de encender el cigarrillo miré a todos lados de la calle, ya saben por seguridad, no había un alma a esa hora de la madrugada por ninguno de los cuatro puntos cardinales, incliné un poco la cabeza para acercar la flama a la punta del cigarrillo y de pronto sentí una mano en mi hombro, un tipo de piel morena tipo hindú, ojos grandes y facciones rectas me dijo: “dame un tabaco”, saqué otro de la cajetilla, me pidió que lo encienda, luego sin quitar su mano de mi hombro empezó a caminar conmigo, subimos la cuadra que faltaba para llegar a mi departamento conversando sobre temas intrascendentes, fumábamos. Era de mediana edad, como de mi estatura, vestía todo de blanco y llevaba un sombrero estilo Pedro Navaja y por alguna razón inexplicable me inspiró confianza, cosa que jamás pasaría si me topo a la madrugada con un completo desconocido que me pide cigarrillos.
Mientras seguíamos en esta amena charla de espectros y aparecidos recordé de pronto la única vez en que tuve una “experiencia” que podría enmarcarse dentro del tópico que se discutía. La verdad que soy escéptico en cuanto a cosas sobrenaturales, confío mas en la ciencia y el sentido común, pero lo que les voy a narrar a continuación, que no es la gran cosa, es algo que aún hoy me produce una extraña sensación cuando lo recuerdo, en fin ahí les va:
Mas o menos hace unos diez años, luego de una farra majestuosa de las que acostumbraba darme en esos tiempos, regresaba a casa en un taxi con mi pana el Gato quien luego de poner su parte para pagar la carrera se quedó en el sector de la Universidad Central donde vivía en esos tiempos, yo seguí de largo hasta mi humilde guarida en el barrio mas aniñado del mundo: San Juan 90210
El taxista, novato en su trabajo, negligentemente equivocó la dirección y me dejó en un calle paralela a la que me tenía que dejar una cuadra abajo de la casa, tuve que caminar unos pocos metros hasta la esquina y doblar para caminar la cuadra que me tocaba para llegar a mi cuchitril, como era de madrugada caminé por mitad de la calle hasta situarme por completo en la intersección donde debía virar para subir a casa.
En eso me dieron ganas de fumar, saqué una cajetilla de Marlboro Rojo de la chaqueta y antes de encender el cigarrillo miré a todos lados de la calle, ya saben por seguridad, no había un alma a esa hora de la madrugada por ninguno de los cuatro puntos cardinales, incliné un poco la cabeza para acercar la flama a la punta del cigarrillo y de pronto sentí una mano en mi hombro, un tipo de piel morena tipo hindú, ojos grandes y facciones rectas me dijo: “dame un tabaco”, saqué otro de la cajetilla, me pidió que lo encienda, luego sin quitar su mano de mi hombro empezó a caminar conmigo, subimos la cuadra que faltaba para llegar a mi departamento conversando sobre temas intrascendentes, fumábamos. Era de mediana edad, como de mi estatura, vestía todo de blanco y llevaba un sombrero estilo Pedro Navaja y por alguna razón inexplicable me inspiró confianza, cosa que jamás pasaría si me topo a la madrugada con un completo desconocido que me pide cigarrillos.
Llegamos a la siguiente esquina, ahí culmina la calle que subíamos caminado, ahí en ese tope se encontraba mi casa, así que en mitad del asfalto nos despedimos, dejó de sostener mi hombro para estrechar mi mano, desearme suerte y agradecerme por el cigarrillo, caminé los pocos pasos que faltaban para llegar a mi puerta mientras el viró hacia la derecha diciendo que aún le faltaba mucho por recorrer, fueron menos de 5 segundos los que me tomaron llegar hacia la puerta y en el instante de sacar el llavero miré hacia la derecha, hacia la cuesta enorme y larga por la que el subió, no había nadie, la calle estaba desierta, el hombre de blanco que apenas segundos antes se había despedido de mí ya no estaba, es imposible que haya entrado en alguna casa contigua, no hubo ruidos de puertas ni nada parecido y además no era nadie conocido en el barrio y en ese entonces yo conocía a todo el mundo, así hubiera corrido es imposible que hubiera ganado la siguiente esquina sin que yo me diera cuenta, simplemente desapareció.
En el instante en que me percaté de que literalmente se esfumó un frío helado recorrió mi espalda y experimenté esa sensación de vacío indescriptible que sucede a ciertos acontecimientos que nos impresionan de sobremanera. El viento que parecía haberse detenido al momento en que el hombre aquel caminaba conmigo esa última cuadra hacia mi casa empezó a soplar fuerte, abrí la puerta y entré, me quité la ropa de inmediato y me metí a la cama, me dormí casi instantáneamente.
A la mañana siguiente mi madre entró algo apresurada a mi habitación a constatar que me encontraba ahí y, cosa que nunca hacía, cerciorarse de que estaba ileso. Pocas horas antes la gente del barrio se vio alarmada al encontrar el cadáver de un hombre apoyado en la puerta enrollable de una panadería ubicada a cuadra y media en línea recta a mi casa, según dijeron el hombre había sido asesinado en horas de la madrugada, era un tipo moreno, de unos 40 o 45 años, estatura normal, aparentemente extranjero pues tenía un pasaporte en el bolsillo de la camisa blanca que vestía.
En el instante en que me percaté de que literalmente se esfumó un frío helado recorrió mi espalda y experimenté esa sensación de vacío indescriptible que sucede a ciertos acontecimientos que nos impresionan de sobremanera. El viento que parecía haberse detenido al momento en que el hombre aquel caminaba conmigo esa última cuadra hacia mi casa empezó a soplar fuerte, abrí la puerta y entré, me quité la ropa de inmediato y me metí a la cama, me dormí casi instantáneamente.
A la mañana siguiente mi madre entró algo apresurada a mi habitación a constatar que me encontraba ahí y, cosa que nunca hacía, cerciorarse de que estaba ileso. Pocas horas antes la gente del barrio se vio alarmada al encontrar el cadáver de un hombre apoyado en la puerta enrollable de una panadería ubicada a cuadra y media en línea recta a mi casa, según dijeron el hombre había sido asesinado en horas de la madrugada, era un tipo moreno, de unos 40 o 45 años, estatura normal, aparentemente extranjero pues tenía un pasaporte en el bolsillo de la camisa blanca que vestía.
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